lunes, 14 de julio de 2014

EN LUGAR


Si, en lugar de ser una persona, femenino del singular, fueras un lugar: tendrías un cielo azul por el día y estrellado por la noche, bajo el que podría despertar sin miedo y dormir en paz.  Caminaría descalzo por tus senderos, sin prisa y sin sentir fatiga, para conocer todos tus rincones y todos tus secretos.  Tendrías una playa donde poder asomarme al color atlántico de tus ojos y soñar que la agradable brisa que apenas me despeina es obra de tus manos.  Trabajaría con las mías tu piel de tierra erizada y sembraría palabras de amor y, con suerte, cosecharía preciosas espigas de tu voz, que guardaría por si el silencio.  Podría ir al arroyo a buscar tus labios y mojaría los míos con el agua fresca de tus besos, para apagar mi sed.  El tiempo podría detenerse, y así, yo no llegaría tarde ni me anticiparía; fuera cual fuera la dirección a la que me encaminara, nunca podría perderme, porque estaría en ti, y no dejaría para mañana las cosas detestables que pudiera dejar hoy, pues estaría siempre empezando a amarte y nunca terminaría por cansarme.  Me tendería en tus praderas y bailaría con tus flores.  Si lloviera, sería de alegría y no tendría frío aunque mal me abrigara.  A la sombra de tus árboles escribiría mis poemas de mal poeta y peor amante, mientras las aves cantan tu risa por todas partes.  Cualquier día, podría comenzar a transformarme lentamente en un tejo inmortal y mis pies enraizarían agarrándose a la roca madre, al tiempo que mis manos se extenderían aferrándose al viento, para formar parte de tu paisaje.  Si fueras un lugar en lugar de una persona, femenino del sinlugar, no sé si podría encontrarte...en realidad, eres como un territorio desconocido del que sólo he oído hablar a mí mismo en sueños.  Los lugares, de la misma manera e incluso más aún que algunas personas, nos escogen sin preguntarnos y nos rechazan sin darnos explicaciones; lo consiguen de la forma más sencilla: nos hacen parecer extraños o no, según convenga.